sábado, 1 de junio de 2013

Espejos III

Arránquenle la piel, para qué la necesita. Ni siquiera le interesa el abrigo, la conciencia que allí habita. Caminando de espaldas al sol poniente, caminando hacia la oscuridad que recién nace. Toma entre sus manos la piel de la cara, siente la piel de sus manos. La sutil jaula que siempre estuvo. Arránquenle la piel, así no siente las lágrimas. Arránquenle la piel, así se puede fundir con la oscuridad hacia la que camina. Arránquenle la piel, ya que no puede disfrutar la carne. Lo único que la conmueve es el perfume de las hojas, la llave ignorada de las puertas del paraíso.

Un café, dos medialunas.
Arránquenle la piel, por favor.

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