Últimamente estuve leyendo varios comentarios y varias notas
periodísticas que reducen la problemática de violencia de género al sentimiento
burgués de la culpa masculina: “¡Perdón mujeres por maltratarlas!” Contar la
historia desde el ángulo del hombre que se arrepiente de haberle gritado a una
mujer en la calle y que al fin ha comprendido que vivió en una sociedad
patriarcal y que la mujer (aunque no lo parecía) también era un ser humano,
es encarar el problema desde una perspectiva, por lo pronto, corta. El punto
crítico de la violencia de género no es
un programa que muestre tetas, el acoso en la calle, una violación, una muerte,
si entendemos tales actos como actos no morales o no éticos per se. El punto
crítico está en comprender estos actos como reflejo de una relación de poder
respecto a los géneros. Se trata de cómo frenar la violencia hacia la mujer no
a través de la detención de los actos violentos, sino a través de la causa de
estos. Cuando nos referimos a “la
causa” (si es que hubiese una única y contundente, tal como si existiese una
verdad llamada Dios), nos encontramos con un gran problema. Estas relaciones de
dominación, en la cual la mujer siempre cumplió el rol de dominada (en lo que
refiere a la historia occidental), considero que es una de las relaciones de
dominación más complejas por todo el tiempo en el cual ha sido arraigada y
naturalizada. Claramente la mujer de hoy no es la mujer del siglo pasado, pero
su rol o su lugar en relación al hombre, pareciera ser el mismo. Antes se
quedaba en la casa, cocinaba, lavaba los trastos y si el hombre le pegaba era
porque seguro no dejó la ropa bien doblada. Hoy en día, la mujer sí sale de la
casa, se inserta (desigualmente) en el mercado laboral, y el hombre ya no le
pega porque dobló mal ropa, sino que la viola o mata porque se puso la ropa no
adecuada. Lo quiero decir es que la mujer es un sujeto que viene atravesado por
añejas significaciones que sustancialmente no varían, aunque ciertas
condiciones hayan mejorado. Son estas significaciones y roles los que hay
revertir. Es hora de construir una nueva mujer. No apoyo el eslogan “Ni una
menos” porque eso significa frenar la violencia del hombre hacia la mujer,
contener los efectos de una relación de opresión y lo que debemos hacer no es
solamente frenar y contener, debemos revertir y avanzar; hay que comprender a los géneros desde una
nueva perspectiva, transformar las relaciones vigentes. Tarea nada sencilla.
Todas las transformaciones son fruto de conquistas sociales que se manifiestan
en todos los planos de la vida social. Por eso me alegra la marcha del 3 de
junio del 2015, porque es poner en debate y hacer visible algo que no mucho
tiempo atrás era puro silencio. Todos los reclamos que se han escuchado en esa
marcha no deben quedar aislados, deben ser canalizados por los distintos grupos
sociales y a su vez deben ser institucionalizados. El derecho en su carácter
constituyente y emancipador no debe permanecer imparcial: estos reclamos
deberán ser llevados a todos los niveles del derecho para que éste pueda operar
a través de las leyes, de las sentencias y del conjunto de representaciones que
el mismo derecho genera. Este es un trabajo en conjunto entre los sectores de
la sociedad, y en especial de todos los operadores del derecho en el ámbito del
discurso jurídico. Queremos construir nuevas mujeres. Queremos ser dueñas de
nuestro deseo y que éste no gire en torno a la satisfacción del hombre.
Hombres, no queremos su perdón, ni su vergüenza. Queremos acostarnos con ustedes
de la forma y todas las veces que
queramos sin que eso sea considerado un comportamiento indigno. También
queremos acostarnos con mujeres sin que eso nos destierre de nuestra propia
feminidad y género. Queremos que no prefieran un hombre a una mujer joven
porque la mujer es una potencial madre a los ojos de un empleador. Queremos que
la mujer que sea madre, no tenga que perder (o dejar, que vendría a ser lo
mismo) su trabajo porque decidió formar una familia y no le alcanza el tiempo
para todo. Hombres, ustedes también pueden cambiar pañales. En algunos países
del mundo corresponde licencia por paternidad/maternidad a cualquiera de los
padres. Queremos poder decidir abortar
sin que el hálito de la muerte aceche. ¿Hace falta aclarar que no queremos ser
violadas? Lamentablemente sí. El género de esta nueva mujer, que ha sido parida
a la luz de un siglo nuevo, no debe ser nunca más motivo de subordinación.