viernes, 4 de enero de 2013

Diario de una salida

Arranqué mi mirada del libro, dejé el vaso en la mesa, acaricié mis labios con la lengua de la misma forma que mis ojos comenzaron a acariciar el afuera. Estaba en esos grandes monstruos que nos digieren lentamente en sus entrañas consumistas. Estaba en un café en el shopping; el eterno mal de lationamerica, en realidad, el eterno signo del mal de latinoamerica (¡uy me quedó demasiado larga la expresión, no se ofenda lector, continúe!). Me di cuenta de algo que ya sabía pero esta vez lo experimenté y fue chocante, absurdo y penetrador (las palabras de Hume se dibujan en mi mente y esta las rechaza, que irónico, pobrecito Hume) Veía en todos a alguien. Primero vi a mi mamá en una chica joven que caminaba concentrada en su camino sin desviar su atención de ese algo que parecía dominarla en el empeño del comprar. Después vi a Mili en otra chica aún más joven sentada en una mesa a sólo unos pasos de mi. Y  vi muchos a más que no me acuerdo ahora, ni me acordé en ese momento (ya sé, ya sé, estoy siendo un poco confusa, ahora lo explico). A las únicas que reconocí fueron a mi mamá y a Mili,  a las demás personas conocidas que vi en personas desconocidas, no las reconocí. Sentí la soledad más hiriente penetrar mis nervios, tenía unas ganas tremendas de salir corriendo y abrazar a las personas desconocidas que reconocía. Y éstas hubieran fruncido el ceño (jamás una sonrisa): "¿quién es esta loca? ¡Auxilio, alguien que me ayude, esta persona me ataca!  ¡Alejáte!" 
Estaban tan vacíos como las mercaderías que compraban, yo sólo quise imaginar que eran humanos. 

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