sábado, 18 de mayo de 2013

Espejos

Su tierna boca se fundió con el calor del café. Sus manos inexpertas, jóvenes, trémulas, daban vuelta la hoja del libro. No sabía que la gente que pasaba por fuera del bar posaba sus ojos en sorpresa. Casi nadie leía; pero ella sólo leía. Leía porque no podía encontrar las respuestas al alba hipnotizado, desvanecido en pétalos, sino en libros. Palabras tan surreales como amor y felicidad, cobraban algún significado simbólico sólo en libros. Pero el sentir le era tan propio que la emborrachaba clausurar los ojos y ser parte de los días, de la extensión del tiempo y dejarse llevar por el viento plateado de la lluvia. En resumidas palabras, podemos decir que el sentir era el templo de su vida y el comprender, su pasión por los libros. 

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