sábado, 18 de mayo de 2013

Espejos II

Cierta vez un pájaro la despertó en medio de la noche y la llevó volando hasta la estrella ya muerta que ahora era su alma. En el preciso instante comprendió que no había ni un fin ni un principio. Se sintió tan apasionada y libre que lo único que atinó a hacer fue transformar sus lágrimas en un río borracho. Entendía que su ser no le pertenecía enteramente; su ser era la sagrada obra que se le había encomendado por un breve tiempo. Se sintió liviana como la hoja que nada en la tarde de otoño, divagó por los prados violetas y cielos revolucionarios, bebió del agua pura y amó ser más allá de sí misma. 

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