viernes, 5 de febrero de 2016

Del oficio de la locura: el poeta.

El poeta como un viajero del tiempo extraviado es una idea muy romántica que increíblemente fue formulada por un marxista. El poeta en cuyo reflejo se instaura el loco que a dosis de rivotril calma su verborragia; el poeta que es silenciado con una hoja traduciendo los siglos; el poeta que conecta el mundo con sus palabras materiales  ¿Cuáles fueron las condiciones que permitieron extrapolar una forma de saber anterior al siglo XVI a la experiencia de la poesía corriente?   Hasta la época clásica la forma de conocer el mundo era a través de la semejanza, con una tentativa de encontrar encontrar debajo de los signos el texto primitivo de un mundo tenido. El poeta habla ese idioma, el poeta utiliza la "conveniencia", la "analogía", la "emulación" y "el juego de las simpatías" con la destreza de un alquimista,  un astrólogo, un filósofo, un profesional del mundo anterior a la época clásica.¿Qué implicancia tiene esto para el discurso de la poesía y para sus portadores? ¿Qué aprovechamiento puede darse a este espacio tan particular?
En mejores y más bellas palabras que estas, les dejo un fragmento de "Las palabras y las cosas" del estimado Foucault, en el cual trata la temática esbozada muy brevemente en el párrafo anterior. 

"Este personaje (el loco), tal como es dibujado en las novelas o en el teatro de la época barroca  y tal como se fue institucionalizando poco a poco hasta llegar a la psiquiatría del siglo XIX, es el que se ha enajenado dentro de la analogía. Es el jugador sin regla de lo Mismo y de lo Otro. Toma las cosas por lo que no son y unas personas por otras, ignora a sus amigos, reconoce a los extraños; cree desenmascarar e impone una máscara. Invierte todos los valores y todas las proporciones porque en cada momento cree descifrar los signos: para él, los oropeles hacen un rey. Dentro de la percepción cultural que se ha tenido del loco hasta fines del siglo XVII, sólo es el Diferente en la medida en que no conoce la Diferencia; por todas partes ve únicamente semejanzas y signos de la semejanza; para él todos los signos se asemejan y todas las semejanzas valen como signos. En el otro extremo del espacio cultural, pero muy cercano por su simetría, el poeta es el que, por debajo de las diferencias nombradas y cotidianamente previstas, reencuentra los parentescos huidizos de las cosas, sus similitudes dispersas. Bajo los signos establecidos, y a pesar de ellos, oye otro discurso, más profundo, que recuerda el tiempo en el que las palabras centelleaban en la semejanza universal de las cosas: la Soberanía de lo Mismo, tan difícil de enunciar, borra en su lenguaje la distinción de los signos.
De allí proviene, sin duda, en la cultura occidental moderna, el enfrentamiento entre la poesía y la locura. Pero no se trata ya del viejo tema platónico del delirio inspirado. Es la marca de una nueva experiencia del lenguaje y de las cosas. En los márgenes de un saber que separa los seres, los signos y las similitudes, y como para limitar su poder, el loco asegura la función del homosemantismo: junta todos los signos y los llena de una semejanza que no deja de proliferar. El poeta asegura la función inversa; tiene el papel alegórico; bajo el lenguaje de los signos y bajo el juego de sus distinciones bien recortadas, trata de oír el "otro lenguaje", sin palabras ni discursos, de la semejanza. El poeta hace llegar la similitud hasta que los signos que hablan de ella, el loco carga todos los signos con una semejanza que acaba por borrarlos. Así, los dos -uno en el borde exterior de nuestra cultura y el otro en lo más cercano a sus partes esenciales- están en esta "situación límite" -postura marginal y silueta profundamente arcaica- en la que sus palabras encuentran incesantemente su poder de extrañeza y el recurso de impugnación. Entre ellos se ha abierto el espacio de un saber en el que, por una ruptura esencial en el mundo occidental, no se tratará ya de similitudes, sino de identidades y de diferencias."

No hay comentarios:

Publicar un comentario