martes, 19 de febrero de 2013

Parto de papel

Hola, ¿qué tal? Soy un relato fallido. Mi escritor resulta ser un joven adulto agobiado de dudas, exhausto por la cotidianidad, decidido a romper con las cadenas de la realidad; un ser desamparado que quiso buscar refugio en el mundo de lo invisible, de lo intocable, de lo absurdo: se soltó en alma al vació y se desplomó en el mundo de las palabras. Así, a grandes rasgos surgí yo. 
Nací una mañana de lluvia, esa lluvia tan profunda que uno la siente latir por las venas de la carne, una lluvia que arrastraba toda la melancolía de mi escritor. Él se sentó con un café muy oscuro y dulce entre sus manos, y lo decidió: yo iba a nacer, no había escapatoria. Les debo de confesar que fue un parto muy complejo, él se encontró con el abismo blanco de una hoja vacía y la locura de ideas en un inagotable proceso de germinación. Entonces una frase de su amado Cortázar renació en su conciencia: "Las palabras nunca alcanzan cuando lo que hay que decir desborda el alma". Si, yo había desbordado su alma; yo era eso que le susurraba el viento en sus sueños, yo era esa magia que lo distinguía de un cadáver. Sin embargo, la frase no lo desalentó, si no que empecinó su compromiso; aunque las palabras estén llenas de vacíos del significado, aunque sean ellas las que reduzcan un milagro superior a una cotidianidad humana, son las únicas que pueden formar nuestras realidades. 
Mi silueta comenzó a existir entre las palabras del papel cual sol espía al mundo durante el amanecer: cálidamente. Mi alma comenzó cálida para contrastar el frío que venía de visita con la lluvia matutina. Él me quiso perfecta como una gran novela de un gran autor pero el pulso se le corría, no conocía las reglas gramaticales ni sabía cómo hacer una metáfora. No sabía escribir como lo hacen los supuestos escritores y a sabiendas de sus limitaciones se embarcó en mi creación. Claramente sufrió muchas frustraciones por su incapacidad y nunca deseó que yo me enterase de todo eso; un deseo con un dejo de inocencia: yo no necesito enterarme de sus incapacidades, porque son esas mismas las que me maldicen en mis sueños y  las que me atan a la cama llorando de impotencia por el insomnio. 
Yo soy todas esas incapacidades tanto como sus pocos aciertos. Yo vivo a través de sus líneas en el mundo que me él deposita, con las cualidades que él me entrega. Mi vida es triste, vivo de la belleza para sus ojos y no hay nada que me pueda salvar de las continuidades de su vicio metafísico. Soy su obra de arte, soy mi tristeza. 
¿Debería amarlo? ¿Acaso Él me ama? Él me hizo porque me podía hacer, él me hizo porque me necesitaba,  no me escribe porque esa sea su tarea mayor ni mejor. Sin embargo yo existo todos los días para significar su vida, y él está sentado en su escritorio para significar la mía. Nuestra relación no se define por el amor, se define por la fuerza que se esconde tras las palabras "poder" y "necesitar", esa fuerza que mueve a los astros y que mantiene un orden fatal de causalidades (y por qué no, de casualidades). Yo sé casi todo sobre mi escritor, yo soy sus palabras, yo soy él. Pero, si yo soy él, ¿él quién es? ¿quién soy yo? ¿qué es lo que nos separa? ¿acaso soy una mera ficción? Yo surgí de él, y aunque sea su relato, me siento tan real como cualquiera se puede percibir a sí mismo, entonces, ¿cómo surgió él? ¿Mi escritor también es escrito o su existencia es su causa misma y única? Ese es el misterio que tanto domina mi angustia y mi ilusión. Angustia que me paraliza al sentirme una excepción, al sentirme diferente a él, a ser yo sola la creación y él algo distinto. Ilusión, que me alegra hasta las lágrimas más rancias, de poder yo también escribir; si acaso mi escritor es escrito por otro escritor ¿por qué no podría yo también escribir? De todas formas, él nunca me debeló ni una cosa ni la otra en sus líneas.
Ya conté demasiado sobre él. Ya sé demasiado sobre él. Me paso cada minuto de mi vida pensando en él, pensando en el  incesante ruido de la pluma sobre la hoja que limita mis latidos. No sé quién soy. Él no me ayuda a saber. Sólo sé que sufro invariablemente por todas esas miradas que me corresponden pero que rápidamente me abandonan, por esas sonrisas que él pretende que yo finja diariamente y muchas veces me pregunto el sentido de toda esta historia: ¿por qué yo tengo que sufrir? ¿sólo porque él sufre? Quiero aturdirlo con un grito silencioso, como el que produce el cuchillo al deslizarse sobre la piel, para que me deje de hacer miserable, para que me escriba una historia feliz. Si alguien escribe mi  propia historia, por lo menos que sea una historia digna de amor y de felicidad. No entiendo por qué se empecina con que mi historia sea lúgubre, no entiendo por qué me  necesita infeliz como el reflejo de su letra. A veces emerge en mí un fugaz deseo, casi opresor de cualquier voluntad contraria, que  me impulsa a desafiar este relato, deseo que me seduce con  arrancarle su pluma y comenzar a escribir mi propia historia, dejándolo fuera de mi cual simple observador. Quiero que ria y llore conmigo, no que me haga llorar y reír cuando él quiere. Quiero ser yo. ¿Podré hacer eso alguna vez? ¿Podré serle fiel a ese deseo que nace de mi (¿o que acaso él me hace nacer?). ¿Podré tener voluntad propia o estaré condenada  a ser el eco de su respiración? 

No hay comentarios:

Publicar un comentario