jueves, 2 de enero de 2014

Mandíbula de ángel

Siento la mandíbula del ángel en mi boca,
 la bendición de la noche se consume en el canto del búho.
Siento el aliento del lobo irrigarse en mis venas
y los aullidos de la mujer homicida,
nace en mí, desgarrada,
ansiando la luz para poder ser mi sombra,
                                                               heterónima de mi alma.

La vida y la muerte fueron forzadas a separarse,
                                                                        pretextos morales,                                                           como dos hermanos,
enamorados de su semejanza,
deciden terminar la locura,
 pero a escondidas siguen amándose,
dónde:
 mi cuerpo es el refugio de los amantes incestuosos.

Y nacemos porque en algún momento nos espera la muerte,
para saciar su sed, consumirse junto a la vida,
a quién la espera por los siglos de los siglos;
la muerte no es otra cosa que la envidia de los cuerpos, quienes no entienden lo que es la fidelidad:
 la única cuyo amor perdura
en la espera de todas esas almas donde la vida dejó un rastro.

Siento que no habrá jamás
una palabra,
que en forma de lágrima pueda llegar
a ahogarme en el mar que desató tu mirada.

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