sábado, 14 de diciembre de 2013

Muerte nocturna

La noche desmayada en mis sienes,
el tortuoso aire que apenas me libera de la asfixia,
diciembre me despide en vida,
me talla sobre la piel la herida única:
esa que lloro todo el tiempo
esa que crece al crecer el sol en la sombra
esa que me toma de rehén durante las noches...
Musa de mis deshoras,
de mis cansancios
de mis crisis nerviosas,
me has inspirado
el delirio lunar,
instalado en el vientre como una roca,
con cada dolor reverdece en las manos y acarician estas lágrimas
lloran la sequedad de la ausencia.

Sólo duermen los que tienen que soñar,
los que sueñan en negro
los que sueñan en degradé
los que sueñan que sueñan
sueñan un mundo
dos mundos tres mundos
otro mundo
custodiado bajó la mirada de los que descansan de tanto amarse en la diurnidad;
ellos son capaces de fundirse en las tinieblas,
beber agua de tinieblas,
respirar aire de tinieblas,
ser un fantasma por un lapso incalculable
para luego florecer en el rechazo del pasado,
celosos de sus historias inconscientes,
circo montado para propio deleite.

La ración de locura me es injustamente negada,
y me entrega a la enfermedad diurna impostergable, eterna, continua en lo que se hace llamar tiempo,
enfermedad que me mata diariamente,
pero yo,
yo no puedo resucitar entre las tinieblas
yo no puedo enloquecer más allá de lo que se me es permitido,
porque la locura no es más que un sueño,
espejismo sin origen, incisivo entre las risas
de galaxias estrelladas en los dientes que se desgarran las entrañas,
neurótica:

Yo no puedo desafiar a la vida,
sin muerte nocturna,
sólo puedo llorarla.

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